viernes, 13 de abril de 2007

La nave va...

Mi nombre está en todas partes. No he de mentirles. Son ustedes quienes día a día lo escriben. En sus palabras. En los gritos de auxilio que piden escapar de la inercia, allí estoy yo. Este es mi rostro, el que veo en el espejo después de 8 horas de vuelo y salir por fin de tantos libros y papeles y correos. ¿Tiene algún sentido?

El trabajo, el trabajo. Ver la cara de tanta gente día a día, esquina tras esquina, reunión tras reunión, página tras página. Es tan fácil pasar a la posteridad. No se necesita mayor inteligencia, es sólo cuestión de aprender a fingir. La sonrisa siempre bien puesta y un traje con buen corte: el mundo es mío.

Tiene sentido ahora, ahora lo sé: el problema es de espacio. Necesitamos amplitud. Más lugares para encontrarnos cara a cara con la verdad. A punto de salir de otro día de sofisticados rituales sociales está el consuelo de las palabras. Sus palabras, las mías. Y sobre todo, sus palabras.
Buscaba la novela de Auster que perdí en la conexión. Destesto las escalas, siempre me quitan mucho tiempo. El tiempo de los aeropuertos se extiende como el magma. Al llegar me sentí de nuevo en casa, aún cuando el lugar que así debería llamar está a miles de kilómetros; en todo caso, era ya un idioma familiar, calles y recovecos conocidos. En la librería de siempre, a pocos pasos del hotel, encontré esas palabras. Si alguno de ustedes las ha leído sabrá a que me refiero. Compré el libro, volví al hotel, me deshice de todas mis prótesis tecnológicas y empecé a buscar en el texto. Siento que hallé una respuesta. Por eso comparto este espacio desde hoy con los oídos de los necios y los sabios por igual. La felicidad y el goce están en el lugar que todos conocemos y es hora de que volvamos los ojos hacia allá.


“Como es arriba es abajo y así como es abajo es arriba, salve al padre Kibalión...”

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